Habían pasado dos meses de mi operación y la recuperación venía con buena evolución, pero se hacía tedioso el mientras tanto. El televisor vomitaba noticias políticas todo el día. Las mentiras de unos, las opiniones de los otros hacían que haga zapping permanente. Entonces fue que me dediqué a leer.
Corría el verano y la temperatura se hacía por momentos intolerable. El pasto estaba pajizo, amarillento, muchas de las hojas se habían secado a pesar del riego. Durante el tiempo que reposaba, mi mente pensaba en montones de cosas, como si fuera una secuencia de tramos de películas. En uno de esos fragmentos se me ocurrió que sería interesante investigar sobre los mitos urbanos.
Durante días recorrí mitos interesantes, analicé cómo se formaban y transmitían. Sin embargo, algo apareció y detuvo esos pensamientos. No había ninguna referencia que hablara sobre: El loco de la Chacarita. Me decidí ir e investigar en el lugar de los hechos; recorrer donde, a mi criterio, podría encontrarlo.
El otoño estaba dando sus inicios, el tiempo más fresco y el sol más tibio. Al entrar me encontré con una ciudad dentro de otra ciudad. La organización de las calles era particular, parecía divididas en cuadrículas. La arquitectura que se desplegaba ante mis ojos, la limpieza y, por sobre todo, el silencio.
Les pregunte a los trabajadores que se cruzaron por mi camino, y me contestaron lo mismo que todos. En el área de los nichos, pregunte y obtuve la misma respuesta, incluso fue igual en las otras áreas.
Como había pasado la tarde, decidí volver a casa y replantear la búsqueda para otro día. Volví durante la semana esta vez, recorrí locales preguntando por el loco de la Chacarita y las respuestas eran diversas: lo vieron por Dorrego, otros por Corrientes, alguno dijeron que por Warnes. Sin embargo creo que la mayoría me decía cualquier cosa para que, amablemente, me fuera.
Como la idea me seguía rondando en mi cabeza, volví el Sábado a la plaza que está sobre Corrientes y Dorrego. Pregunté a los artesanos que vendían el producto de su trabajo. Cuatro de ellos me dieron referencia, es aquel sentado en el último banco de la plaza rodeado de pájaros y palomas.
Entre la alegría provocada por encontrarlo y la incertidumbre de cómo acercarme e iniciar una conversación, me mantuve estático por un rato.
Decidí sentarme al lado suyo en el banco:
— Buen dia ¿Molesto si me siento? — le dije.
— No! Por favor, siempre es buena la compañía. Sobre todo la de alguien que me ha estado buscando. — me respondió.
Azorado por su respuesta me quede sin palabras por un rato.
— ¿Usted sabía que yo lo buscaba? — le pregunté.
— Siempre que me buscan me entero. — me dijo y continuó — Usted se había planteado un objetivo y luchó por el mismo, no eligió el camino fácil. Por eso cuando les pregunto a los muchachos de los puestos, le indicaron donde estaba. — me explicó.
— Ahora dígame, ¿Porqué me buscaba? — me preguntó.
— En principio porque le decían el loco de la Chacarita, después hablar sobre usted si lo permite—
Fuimos caminando juntos hasta encontrar un lugar para sentarnos a comer. Encontramos uno, abrimos la puerta y al querer entrar, nos para el dueño diciendo el señor no puede entrar. Tras lo cual le dije — El señor viene conmigo, vamos a almorzar.— y así nos dejó pasar. Ubicamos una mesa y nos sentamos. Le pregunté que quería almorzar dentro del menú.
— Lo que usted pida para mi esta bien. — me dijo.
— Perdone el atrevimiento, no tendría usted un peine — agregó.
— ¡Si! De paso, me llamo Jorge, ¿y usted? — le dije.
— Obdulio. — me respondió y dirigiéndose hacia el baño.
Sólo en la mesa, llamé al mozo, le pedí una ensalada para cada uno de entrada y como primer plato, pastas. Mientras el pedido estaba en marcha salió Obdulio del baño. Se presentó a cara lavada, peinado y con otra ropa sencilla que pensé traía en el morral. Se sentó y lo primero que pude destacar, aparte de lo ya mencionado, eran sus ojos. Tenía una mirada profunda que irradiaban paz.
El mozo sirvió el pedido y consultó por la bebida. Obdulio dijo que quería agua, y yo agregué: que sea lo mismo para los dos.
Mi primer pregunta fue porqué teniendo un nombre, le dicen el loco de la Chacarita.
— Bueno, eso tiene su origen debido a que en varias oportunidades me vieron entrar al lugar al caer la tarde, con las primeras sombras, y surgió entre la gente ponerme, ese digamos, «apodo». Este fue corriendo de lugar en lugar y quedo, no me molestó y uno debe comprender que hay gente, con temor a lo que no conoce y también prejuicios.— me dijo.
Empezamos a almorzar y durante ese tiempo mantuvimos silencio. En mi cabeza rondaba la pregunta del porque ingresaba a esa hora y a ese lugar, ya se daría la forma de preguntar.
Luego del postre, tomamos un café y le pregunté el porqué de esa rutina. La respuesta no se hizo esperar.
— Cuando cae la noche veo a la gente salir de sus lugares de descanso, comienzan a pasearse. A veces se forman grupos de tertulia, otros buscan a sus parejas que conocieron ahí. En alguna esquina un poeta recita delante de hombres y mujeres reunidos únicamente para
escucharlo. Cerca de la calle Warnes, se reúnen y efectúan charlas literarias. — me dijo.
Preferí dejarlo explayarse y preguntar luego, por el entusiasmo que ponía en su charla.
— Hay una época en que los músicos presentan sus recitales. Pichuco con su orquesta, a veces también lo acompaña Goyeneche y se entrelazan diferentes épocas, De Angelis, D’Arienzo, Julio Sosa. — continuaba.
— ¡Noches inolvidables! Luego, con la última oscuridad, todos volvían a sus lugares de descanso. — me explicó.
— Puedo preguntarlem, ¿Usted como los veía? — inquirí con asombro.
— En la misma forma en que llegaron aquí. — me comentó.
— ¿Pero el tiempo habrá hecho desgaste en ellos? — le repregunté.
— Sí, pero tenían la misma imagen que cuando estaban afuera. Más difuminada y con un halo que rodeaba sus cuerpos. Curioso es que se han reencontrado parejas a las que sus padres negaban noviar.— me dijo.
A esta altura de la charla mi pensamiento abría un nuevo interrogante: ¿Era en realidad un mito? ¿Era un loco? Luego le pregunté por los músicos.
— Armaban sus orquestas. Muchos se sentaban a escuchar otros, a bailar. Este último grupo se concentraba en esquinas cerca de Corrientes, de Warnes. — me contestó.
— Dígame Obdulio, ¿Usted estaba solo? — pregunté
— No. Siempre me acompaña mi madre, de hecho ella siempre está cerca. — me respondió.
Mi interrogante se ampliaba más, ¿Involucraba la aparición de la madre? Pensaba para mis adentros.
— ¿Podría ver alguna noche lo que me cuenta? — le pregunté.
— No creo. Si en la noche aparece alguien desconocido sin halo, se esconden para que no los vean y la ciudad es lo que se presenta durante el día. — me dijo.
Transcurrió la semana reuniéndonos en diferentes lugares. Muchas veces estaba él sentado esperando. Otras lo esperaba yo, pero me llamaba la atención que no fuera cuestionado como al principio, ya entraba como un conocido más.
Me siguió contando cosas, como la vez que vino el Potro Rodrigo, como bailaba y se divertían.
— Lo más interesante fue cuando los visitó Sandro. El silencio y la admiración flotaban en el aire cuando Sandro comenzó a cantar. — me dijo.
— Esa visita duró hasta muy entrada la noche. Cuando concluyó, el sentimiento por el mismo se expresaba entre llantos y aplausos. Querían una más, pero se estaba agotando la noche. Él quedo en volver, y como vino, desapareció. — me contó.
— Bueno Obdulio, no le hable nada de mi. — le dije.
— No hace falta Jorge. Sé que viene de familia que ha tenido necesidades, que debió trabajar desde chico, muchas veces sus bronquios le jugaban malas pasadas. Sé que siempre estudió en escuela pública, nunca dejó de trabajar e incluso en la universidad. Sé también de sus problemas de salud y de que una vez, el corazón se paró y usted salió adelante peleando. — me dijo.
Pensé que alguien le habría contado mi historia.
— No es el momento, tiene mucho por hacer. Siempre ha sorteado las piedras que se cruzaban en su camino. — me aclaró.
Azorado por el conocimiento que tenía de mi solo atisbe a decirle: ¿Cómo lo sabe?
— Simplemente lo sé. — sentenció.
Quedamos en vernos el Domingo y que me revelaría el cómo. Nos despedimos y me dirigí a mi casa, pensando mil cosas y con gran ansiedad de que llegara el Domingo a la tarde.
Durante la noche del Sábado, me costó mucho conciliar el sueño. Daba vueltas en la cama pensando en todo lo que me contó sobre él y también sobre mi.
El domingo fui más temprano de lo esperado para lograr un estacionamiento para el auto. Luego fui hacia el bar, donde quedamos en encontrarnos y pasadas las cinco apareció acompañado por una mujer a quien me presentó como su madre.
Se sentaron los dos y les ofrecí si querían tomar algo. La madre me pidió agua, Obdulio café y yo pedí lo mismo que él.
Luego de beber el café, le pregunté sobre el interrogante en qué habíamos quedado.
Con tranquilidad me respondió, si había pensado mucho sobre lo hablado en estos días.
— Sí, le respondí—
— Seguramente en tu raciocinio había posiciones encontradas: ¿Creer o no creer? ¿Verdad o cuento? — me preguntó.
Le dije que sí, que esas dudas se establecieron en mí.
— Ahora, cuéntame desde tu alma: ¿Qué te decía tu fe? ¿Lo crees o no lo crees? — volvió a preguntar.
Ya eran las seis y me dijo: — Si me disculpas, nos tenemos que ir.
Le pregunté cómo haría para volver a verlo y me respondió: levanta un poco la cabeza y me verás. Ambos se levantaron y salieron.
Me quede sorprendido. Luego se me ocurrió levantar la cabeza y vi la imagen de él en una cruz en la pared. La imagen de María en la estatuilla a su lado. Pague la cuenta, y salí rápido a la calle, mirando hacia donde se dirigieron, pero ya no estaban.
Me fui a buscar el auto, di una vuelta para pasar por la puerta de la Chacarita. Me detuvo el semáforo, mire hacia la puerta del cementerio y los vi entrando. Toque bocina, se dieron vuelta los dos y levantaron su mano como si hubieran sabido que pasaría por ahí.