El hacedor de luces

Finalizaba la década del setenta. Las calles de mi barrio (Parque Patricios), eran adoquinadas. Las veredas, eran lavadas desde horas tempranas, una costumbre que generaba sana competencia entre vecinos (por cuál lucía más limpia).

Era común ver los cajones metálicos cargados de botellas de leche en la puerta del almacenero, que luego él colocaba en las heladeras. Más tarde, la gente del lugar se movilizaba a sus trabajos. La mañana se iba poblando de pasos. Las madres y sus niños con guardapolvos, salían hacia la escuela. Al volver, pasaban por la feria, la panadería o el almacén, lugares en los que aprovechaban para charlar y contarse chismes. Luego regresaban a sus casas.

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Atrapados por el barrio

El barrio del bañado Flores tenía algo muy particular, sobre todo en las cuadras que se encontraban entre José María Moreno, Chiclana, Cobo, Avenida La Plata. Dentro de esa geografía se repartían pasajes, cortadas, calles, lugares, las cinco esquinas.

Las avenidas y unas pocas de las calles transversales eran las que tenían empedrado. Los pasajes, como Arquímedes y La Trilla eran de tierra las que cortaban, junto con lanza, Del Bañado y Tilcara a la calle Somellera. También se encontraban las cinco esquinas, lugar de convergencia de Gual, Tilcara, Somellera, cerca de Fournier y Drumond. Las calles que luego de Cobo tomaban otros nombres: Beauchef, Albarracín, Viel, Doblas, Senillosa. Las paralelas a Cobo: Zelarrayán, Zañartu, Saraza, Balbastro.

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Regresaron a la Butteler

Una noche mientras caminaban por el Abasto, el polaco y Enrique , sintieron deseos de beber. Entraron al bodegón de Carlos Gardel y Anchorena. Se posicionaron dentro de dos cuerpos, querían volver a sentir el gusto de una ginebra. Los poseídos por los fantasmas experimentaron frío, pero al ir sorbiendo la ginebra, su cuerpo tomó temperatura nuevamente. Salieron de esos cuerpos riendo por la aventura realizada.

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Hugo y Tantor

Hugo y Tantor se conocieron al empezar el tercer año del colegio secundario en el turno noche. Concurrían al colegio que estaba en Valentín Gómez, entre Anchorena y Jean Jaures. Tantor venía del año anterior y Hugo se sumó ese año, venía de otro.

Los dos eran corpulentos, salían al finalizar el horario y caminaban hasta Plaza Once donde tomaban el mismo ramal de colectivo que los dejaba: a Tantor en Parque Patricios y a Hugo en Villa Soldati.

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Una noche regresaron al Abasto

Una noche en agosto del año 2017, la ciudad se mostraba con pocos caminantes. Algunos lo hacían rápidamente, regresaban de sus trabajos. El frío obligaba a cubrir parte se rostro con bufandas. Otros, lo hacían en forma más pausada, mirando locales de venta,de ropa, de comidas rápidas.

El barrio de Once, más precisamente en la calle Corrientes entre Anchorena y Jean Jaures, tenía un lugar histórico: el Mercado de Abasto, al que una noche volvieron el polaco y el narigón, Enrique.Venían recordando aquel mercado con una intensa vida, movimientos de camionetas estacionadas una al lado de otra sobre Anchorena, sobre Corrientes. También el movimiento de personas descargando y acomodando los productos en las góndolas, que luego los minoristas comprarían y volverían a cargar para llevarlos a verdulerias.

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Noches compartidas

Transcurría la década del setenta, un grupo de estudiantes de diferentes

Universidades se reunía en el bar La Perla de Once, muy concurrido por cantantes, militantes políticos, gente de paso.

Ocupaban las mesas, siempre al fondo a la izquierda, sobre la calle Jujuy. El ambiente tenía días de discusiones muy acaloradas entre los militantes. Los cantantes también. Razón de que algunos decidieron buscar otro lugar.

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El portón metálico negro

Cada día, en mi nueva tarea de hacedor de luces, recorría las calles. Salía a diferentes horas, dado el cambio de estaciones del año. Al concluir la tarea y luego de cenar, me recluía en mi habitación. La noche, con su silencio, era un refugio para estudiar. Mi perro boby -un ovejero alemán- me acompañaba recostado sobre la cama, observando cada movimiento. A un costado de la cama, había una mesa, una silla, la biblioteca y algo de ropa colgada precariamente.

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El loco de la Chacarita

Habían pasado dos meses de mi operación y la recuperación venía con buena evolución, pero se hacía tedioso el mientras tanto. El televisor vomitaba noticias políticas todo el día. Las mentiras de unos, las opiniones de los otros hacían que haga zapping permanente. Entonces fue que me dediqué a leer.

Corría el verano y la temperatura se hacía por momentos intolerable. El pasto estaba pajizo, amarillento, muchas de las hojas se habían secado a pesar del riego. Durante el tiempo que reposaba, mi mente pensaba en montones de cosas, como si fuera una secuencia de tramos de películas. En uno de esos fragmentos se me ocurrió que sería interesante investigar sobre los mitos urbanos.

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El barrio también los atrapó

Una noche de carnaval en los barrios de Bañado de Flores, Boedo y Parque patricios,  los fantasmas que habían vivido esas fiestas  regresaron a festejar nuevamente. Se unieron viejos adversarios de San Lorenzo y Huracán  para rememorar aquellos carnavales, las rivalidades fueron dejadas de lado. Los fantasmas resolvieron,  como lo habían hecho antes,  volver a ser atrapados por el barrio y disfrutar desde  el sobrevuelo de las casas, del crecimiento y los juegos de sus hijos y nietos, también atrapados en la pertenencia al  barrio. Volvieron para disfrutar de hacer un baile en el club Riestra, otro en el viejo gasómetro de Avenida La Plata, invitando a sus viejos adversarios a  compartir  los bailes del azulgrana.

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