Finalizaba la década del setenta. Las calles de mi barrio (Parque Patricios), eran adoquinadas. Las veredas, eran lavadas desde horas tempranas, una costumbre que generaba sana competencia entre vecinos (por cuál lucía más limpia).
Era común ver los cajones metálicos cargados de botellas de leche en la puerta del almacenero, que luego él colocaba en las heladeras. Más tarde, la gente del lugar se movilizaba a sus trabajos. La mañana se iba poblando de pasos. Las madres y sus niños con guardapolvos, salían hacia la escuela. Al volver, pasaban por la feria, la panadería o el almacén, lugares en los que aprovechaban para charlar y contarse chismes. Luego regresaban a sus casas.
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