Terror en la isla

Era verano, los días transcurrían con intenso calor. Marcos, les comentó a sus amigos Nicolás y Javier, — mi padre tiene una casa en una isla del Tigre—. La misma se situaba a un poco más de una hora pasando el Canal Arias.
—¿Qué les parece si nos organizamos para salir el viernes por la tarde, así tendríamos sábado y domingo para disfrutar, explorar, pescar? —comentó Marcos.

Acordaron encontrarse en el muelle de las lanchas interisleñas a las tres de la tarde, alguno llevaría alimentos enlatados, otros fideos, pan, galletitas y el tercero café y yerba. Todos llevarían una botella de agua. Salieron a las tres y media de la tarde, el viaje transcurrió sin complicaciones. Llegaron a la isla después de una hora y cuarto, la lancha maniobró hasta quedar al lado de la escalera del muelle de madera que estaba hasta la mitad dentro del agua. Bajaron con cierta dificultad por el movimiento de la lancha.

Ya en el muelle de madera viejo y grisácea avanzaron hasta la escalera de la casa, la que estaba montada sobre pilotes de troncos de árboles a unos dos y medio metros de altura. Marcos abrió el candado de la puerta y luego la misma. Al entrar, debido al aire enrarecido por la falta de ventilación y humedad tuvieron que abrir todo para hacer el ambiente más respirable.

La casa tenía dos habitaciones, cocina económica, baño con descarga a balde con agua traída del río. Los pisos de madera crujían a cada paso. El aparato filtrador de agua era como una damajuana invertida de cemento la cual era cargada con agua de río y filtraba de a gotas en otro recipiente inferior, pero de vidrio, proceso que llevaba el todo el día. Esa agua era utilizada para cocinar y lavar vajilla.

Acomodaron sus bolsas de dormir sobre unas precarias camas con elásticos, en las alacenas colocaron la comida que traían. Marcos, fue a buscar los faroles a kerosén, que siempre quedaban cargados y algunas velas por si las necesitaban.

La noche, entre tanto preparativo, había hecho su presencia. La luna llena surgía iluminando a pleno.
Esa noche cenaron fideos con tomate triturado en lata. El postre fue más atractivo, Nicolás había comprado duraznos y Javier nueces pecán, mientras esperaban en el puerto de frutos. Tomaron mate sentados en el muelle bajo la luz de la luna mientras aprovechaban a tirar sus líneas de pesca.

Javier era el único que pescaba con aparejo, cuando lo iba tirar avisaba para que los demás se agachen porque tenía que revolear para arrojarlo lejos. Cuando estaba haciéndolo sintió que golpeó contra algo, frenó el impulso de forma tal que al destensarse el hilo un anzuelo se clavó en su dedo índice. Nicolás corrió a ayudarlo, pero al verlo se desmayó, entre Marcos y Javier lo reavivaron.
—Si caminamos por aquel sendero podemos en un rato llegar a lo del vecino. Tiene una lancha a motor y nos podría llevar a la posta sanitaria río arriba— le dijo Marcos a Javier.

—Vamos, Nicolás puede quedarse no sea que tenga otro desmayo— dijo Javier.
—Nicolás, en tanto, les respondió —yo sólo no me quedo—.
-Dependerá del lugar que haya en la lancha y de la voluntad del vecino— comentó Marcos.

Los tres fueron caminando. Al llegar escucharon un disparo al aire. —¿quién anda ahí? — gritó el vecino
—soy Marcos el hijo de Samuel, vengo con un herido don Epifanio —
—¿qué pasó?— preguntó el vecino
Javier le mostró el dedo, Epifanio le dijo — está bravo para sacarlo, hay que pasarle la punta para adelante. Lo vamos a llevar a la posta sanitaria—.
—¿Entramos todos Epifanio? —consultó Marcos.
—Sí, subamos – dijo Epifanio

Javier le agradeció a Epifanio por su bonhomía y su molestia de llevarlo, además por el viaje en lancha en una noche de luna llena iluminando un río tranquilo y todo el paisaje.

Una vez llegados a destino, el médico volvió a decir lo mismo, — hay que seguir el curso de la punta, pasarla de lado a lado y cortarla. Tendría que anestesiar un poco y lo sacamos—.
—Adelante haga nomas—respondieron los muchachos.

Al empujar la punta salió el anzuelo, luego se lo cortó con un alicate y sacó el resto. Javier volvió a la casa con el dedo índice vendado, rígido como dedo acusador.

Agradecieron a Epifanio que les respondió— acá en las islas todos nos ayudamos, duerman bien—.

El sábado, la mañana se presentó con un cielo diáfano y el sol brillando en el agua. Decidieron dar un chapuzón antes de desayunar. Luego desayunaron café y unas galletitas, planearon hacer un asado para el mediodía. Para eso, debían recorrer senderos hacia dentro de la isla que los llevarían a una casa donde vendían carbón y leña. Además, poseían un grupo electrógeno que funcionaba a combustible que proveía luz a la casa y a un freezer que mantenía la carne. Compramos carbón, leña, carne y un pan casero elaborado por la esposa del puestero.

Volvieron por los senderos que los llevaban hasta la casa. El paisaje de árboles, plantas y flores que goteaban por la humedad, el sol que penetraba, hacia parecer esas gotas como perlas transparentes. Al llegar, ya estaba por pasar la lancha almacenera, le hicieron señas y se detuvo en el muelle. Compraron un bidón de agua, queso, unos salames, arroz y fósforos, en la noche habían gastado los últimos.

Tomaron unos mates y en ese momento surgió el comentario respecto de si habían sentido pasos debajo de la casa por la noche, además del crujido de las maderas en el pasillo que circundaba la casa. Todos respondieron que sí, pero que no se animaban a hablar o moverse por sentir terror a lo que hubiera fuera.

—Son rarezas de la isla, pero igual no pasó nada—. dijo Marcos, para calmar los ánimos.

El río comenzó a levantar su marca, el agua tapaba el muelle. Se apuraron a prender el fuego en una parrilla precaria bajo la casa. En minutos, se cubrió de gris el cielo y comenzó la lluvia, no obstante, continuaron la tarea y comieron el asado casi con el agua en los pies.

Apagaron el fuego y subieron a resguardarse a la casa. La lluvia se intensificó y el nivel del río aumentaba rápidamente. Marcos trajo unos tablones que colocó en la puerta a manera de dique, por si el agua subía mucho. Llovió toda la tarde hasta entrada la noche.

Encendieron faroles en las habitaciones, la cocina y el baño se iluminaban con velas para preservar el kerosene de los otros faroles. Abrieron una ventana que tenía un alero que protegía de la lluvia, el agua estaba golpeando debajo del piso de la casa.

En ese momento, se empezaron a sentir golpes que provenían de detrás de la casa, cada vez con más intensidad. Esto generó terror en los tres: estaban aislados y rodeados por agua y no tenían a nadie con quién comunicarse.

Cuando la lluvia cedió Marcos dijo —vamos los tres a ver de qué proviene el golpeteo de atrás—. Cada uno tomó un cuchillo y con más temor que bravura se dirigieron a enfrentar a quien fuere. Al llegar, Marcos recordó al verlo, que era el bote que tenía amarrado a nivel de piso que, con la subida del agua flotaba golpeando el casco contra la casa.

Si bien el terror en la isla se había apropiado de todos, un atisbo de tranquilidad se presentaba. Tenían como llegar a la casa de algún vecino por ayuda. Decidieron que lo mejor sería esperar la mañana. —La luz del día nos hará más favorable llegar— dijo uno de ello.

Pasaron la noche despiertos, tomando café, luego mate y comieron el pan casero que había quedado. Al amanecer, abrieron la puerta y notaron que el agua había descendido. Sobre el puente del amarre había un cuerpo sin vida, otro enganchado en uno de los maderos sobresalientes de la casa.

Sorpresa y estupor sintieron al ver a los muertos, no se atrevían a acercarse a los mismos.

—El sendero debe ser un lodazal, pero por este podremos llegar a lo del carbonero, él tiene luz y se podrá comunicar por radio con la Prefectura Naval— dijo Marcos.
—Me quedo por si aparece alguna lancha y le explico al que aparezca que avise— respondió Javier.

Cuando Marcos y Nicolás volvieron, estaba amarrando la lancha de la Prefectura.

Los tres esperaron a un costado de la casa sobre unos pastizales. El personal de Prefectura cercó el área con una cinta. Posteriormente, llegó otra lancha donde venía el equipo forense y el fiscal. Mientras hacían su trabajo, los otros prefectos interrogaron a cada uno por separado sobre los hechos ocurridos. La versión era coincidente en los tres, además le refirieron la ayuda de Epifanio por el accidente. Comentaron también que habían ido al interior de la isla a comprar carbón y que fue a quien recurrieron para que los llamara, ya que tenían radiocomunicación. El personal que investigaba se dirigió a ambos lugares a corroborar las declaraciones.

El cuerpo forense revisó los cuerpos, encontró sus documentos protegidos en un envoltorio plástico dentro de su campera en uno, en el bolsillo de su pantalón, el otro. Pasaron los datos a la central por radio, la confirmación de su filiación llegó en minutos. De acuerdo a la información suministrada había un reporte de desaparición de una lancha el día anterior, la cual era buscada por los equipos de rescate. Pero, durante la noche y debido a la creciente, los buzos se vieron obligados a abandonar su trabajo en el lugar marcado por el GPS al emitir la ayuda de embarcación en peligro.

Eran los cuerpos de los desaparecidos durante la creciente, seguramente al descender el agua los arrastró hasta allí. Colocaron los cuerpos en canastos de traslado y los cargaron en una de las lanchas. Les pidieron acompañarlos para dejar registro de su declaración en sede del puerto. Los tres levantaron las pertenencias de la casa. Marcos cerró todo y colocó el candado en la puerta. Subieron a la lancha de la Prefectura y una vez en la central repitieron las declaraciones y las firmaron. Quedaron en libertad de irse, su obligación estaba cumplida.

Se fueron caminando hasta un bar del puerto de Tigre donde desayunaron con avidez ya que no pudieron ni cenar, y por el nerviosismo de lo hallado.
Al terminar, Javier le dijo a Marcos, —¿qué te parece si el sábado vamos al cine a ver una película de terror?, al lado de lo que vivimos este fin de semana, va resultar una película cómica—.

Los tres rieron, cada uno quería llegar a su casa para abrazar a su familia y contar lo ocurrido.