Una noche regresaron al Abasto

Una noche en agosto del año 2017, la ciudad se mostraba con pocos caminantes. Algunos lo hacían rápidamente, regresaban de sus trabajos. El frío obligaba a cubrir parte se rostro con bufandas. Otros, lo hacían en forma más pausada, mirando locales de venta,de ropa, de comidas rápidas.

El barrio de Once, más precisamente en la calle Corrientes entre Anchorena y Jean Jaures, tenía un lugar histórico: el Mercado de Abasto, al que una noche volvieron el polaco y el narigón, Enrique.Venían recordando aquel mercado con una intensa vida, movimientos de camionetas estacionadas una al lado de otra sobre Anchorena, sobre Corrientes. También el movimiento de personas descargando y acomodando los productos en las góndolas, que luego los minoristas comprarían y volverían a cargar para llevarlos a verdulerias.

El ambiente dentro era un movimiento febril, una tarea que comenzaba a las tres
de la madrugada y se extendía hasta las nueve o diez, según el día.

No eran pocas las veces que había pelea a cuchillo entre changarines por la quita
de su changa con un patrón. Las mismas duraban hasta que aparecia el primer corte. La sangre movilizaba a los que miraban a que la reyerta terminara, abogaban por un cruce de manos y amigarse.

La calle frente al mercado estaba plagada de conventillos,bares y bodegones. Uno de ellos famoso por ser habitué del mismo Carlos Gardel. El pasaje que cortaba
en Anchorena fue bautizado con su nombre.

Si uno recorría Lavalle encontraba casi la misma disposición, con la microsociedad
que lo formaba: la ebriedad, la prostitución, la vida nocturna era lo común.

El Polaco y Enrique recordaban todo eso pero, lo que vieron los asombró sobremanera. El lugar que ellos conocían no era el mismo; las luces intensas, los espacios no eran iguales. Todo estaba lleno de negocios, incluso existía una planta con juegos para chicos, olor a comida, frituras, espacios donde funcionaban cines, payasos tratando de divertir a los que por el amplio salón caminaban.

Salieron por la calle Lavalle, nada era como lo recordaban. La calle enfrente tenía una gran cantidad de edificios de departamentos.
—Narigón, vamos a la vuelta a la calle Carlos Gardel y Anchorena, debe estar por lo menos la casa y el bodegón donde paraba Carlitos—. Le dijo El Polaco a Enrique
—Vamos— le respondió.

Volviendo hacia el lugar, vieron que las viejas arcadas tampoco eran las mismas. Encontraron la casa del zorzal, era un museo. Se vieron a sí mismos en fotos con Carlitos. Recorrieron, observando y recordando cada espacio. Luego, fueron al bodegón de la esquina, el que aún permanecía igual con piso de pinotea, sillas y mesas conservadas y el mostrador sin lustre.
Las paredes estaban cubiertas de fotos enmarcadas con cantores de todas las épocas que habían visitado el lugar.
—El polaco le preguntó a Enrique: ¿vos y yo somos los únicos fantasmas? ¿los demás donde estarán? —
—Se habrán ido a otro lado, este bullicio les molestaba quizás— le respondió.
—Enrique, ¡cuánta razón tenías al escribir siglo veinte cambalache, problemático y febril!—
—Polaco, me quedé corto, esto es más todavía. Cuando lo escribí esto era diferente, las arcadas eran puertas de entrada al mercado.
—Dentro el mercado era otra cosa, la gente vendía y compraba con alegria, habia aroma de churros, pizza canchera, los hijos de los puesteros correteaban libremente entre los puestos,entre todos se cuidaban—, agregó el Polaco.
—Bueno Polaco, la modernización sabíamos que iba a llegar, no imaginé fuera tanto— . Comentó Enrique.

—¿Te parece que los busquemos en la Recova de Once, en mercado de Spinetto , el Café de los Angelitos?— preguntó el Polaco.

Fueron los dos. En el camino fueron observando que delante de algunos negocios cerrados, en el hueco que dejaba la entrada había gente durmiendo, incluso chicos.
—Leí en un diario en el bodegón de Carlitos que este gobierno, con su política, estaba empobreciendo a la gente, bajándola del sistema— dijo Enrique.
— la gente cuando pasa a su lado ni los mira, más que sombras parecen fantasmas como nosotros— observó el Polaco.

Fueron a la Recova de Once, no estaban. Se dirigieron al Mercado de Spinetto y encontraron todo cambiado. , luces brillantes, negocios, lo único que funcionaba pero en otra cuadra era el mercado de flores.

Enrique arriesgó, —¿ y si vamos al Tortoni?—
—Vamos, dale— le respondió el Polaco.

Durante el viaje se reiteraba la cantidad de gente en situación de calle. —Ni en malas épocas vimos tanta mishiadura— dijeron, al unísono.

Pasaron por el Café de los Angelitos, estaba con las persianas bajas, en venta. Llegaron al Café Tortoni y con alegría vieron que era el mismo de siempre. En la medida que avanzaban, florecían recuerdos de antiguas tradiciones: chocolate con churros, sidra helada bien tirada en choperas artesanales, el olor a café recién molido, los mozos de chaleco y moño. Las paredes estaban llenas de fotos de todos los que habían habitado tardes y noches del cafe.

Pasaron entre la gente, llegaron hasta el sótano del Tortoni. Mientras bajaban las escaleras se escuchaba una voz que emergía del mismo.

Al entrar, se encontraron con los fantasmas reunidos escuchando a un especialista en fantasmas llamado Alejandro,el que cortésmente los saludó y les dio la bienvenida presentándolos: —¡llegaron el Polaco y Enrique Santos!— exclamó.

Entrelazaron abrazos, con cada uno: el varón del tango, el ruiseñor , el tata, el zorzal, Agustín Magaldi, D’Arienzo, Di Sarli. No solo era gente de tango, estaba Sandro, el potro Rodrigo, la Negra Mercedes Sosa, Spinetta, Pappo. Todos los que estaban formaban parte de la cultura popular.

Alejandro empezó su charla, —señores fantasmas, la presencia de ustedes acá, obedece a que siendo todos de diferente época, estilos distintos de música, pueden estar juntos porque los fantasmas son atemporales. Siempre estarán dado que su arte está en el imaginario colectivo, cada persona que los escuche, le evocará al fantasma del recuerdo—.
—Cada uno tiene su ritmo, su cadencia, le imprime su personalidad a lo que hace. La música es tiempo, sonido que atrapa el aire y lo transporta—.

—Los invito a que vuelvan al lugar de pertenencia: Boedo, Once, Caballito, La Boca, a la calle Corrientes, aquí mismo; a Avenida de Mayo, al Mercado de Abasto. Continuó Alejandro.

—No le teman a los cambios que trajo la modernidad, las luces brillantes, los edificios donde viven como hormigas—.
—Si bien estos cambios produjeron avances, el manejo con indiferencia por la gente, la falta de trabajo, los sueldos bajos, fueron echandolos fuera de todo. Las personas fueron quedando en situación de calle: primero se convirtieron en sombras, adultos, niños, en las puertas de negocios cerrados, se fueron convirtiendo en fantasmas con cuerpo humano. La gente pasa a su lado y no los ve.
Tendría que decir, para concluir, que son fantasmas temporales, pero eso me lo reservo. Mientras esto siga, aumentará la pobreza. Deberá sonar otra campana para revertirla—.

—Les agradezco su presencia y atención— finalizó Alejandro.

El Polaco y Enrique, regresaron al Abasto.