La sombra del muerto

Los días en la localidad   de San Martín, tenían un movimiento muy intenso. El espacio céntrico, con gran afluencia de personas que a paso ligero se dirigían hacia las paradas de las múltiples líneas de transporte con las cuales podrían llegar a su casa, o sus trabajos, de acuerdo a las horas observadas. Los locales de venta de comida estaban llenos de gente que, al regreso de sus trabajos se proveían de alimento, que se ofrecían a precios económicos por medio de ofertas. La calle Mitre, entre San Lorenzo y 18 de diciembre, era la zona de mayor cantidad de paradas de colectivos; la gente se movía como hormigas en las mismas.

La calle Belgrano era peatonal, allí se situaban la mayor parte de los locales de ventas generales. La peatonal abarcaba desde Mitre hasta de la calle 25 de Mayo, en un recorrido de diez cuadras.

Marcos y Analía estudiaban en la escuela de artes. Llegaban algunas veces juntos,

si el horario de salida laboral y la combinación de viajes se lo permitía. Desde su descenso del transporte debían caminar cuatro cuadras hasta la calle Bonifacini y luego siete cuadras por la misma, hasta la escuela de artes.

Las noches por esa calle no eran muy transitadas; podían verse a algunos vecinos, grupos de jóvenes divirtiéndose, bebiendo cerveza. En ocasiones molestaban a Analía, a su paso. Estas cuestiones provocaban cierto temor en ella cuando caminaba sola. La calle tenía ciertas características en su recorrido, algunas cuadras estaban compuestas por fábricas y tenían poco tránsito de gente. En otra calle podían observarse casas antiguas, un bodegón a mitad de cuadra con algún parroquiano cenando, el resto de ellos entregados a beber.

La escuela de artes tenía un edificio de dos pisos. Se ubicaba al lado del mercado de frutas y verduras de Bonifacini esquina Perdriel. En esa última cuadra había casas abandonadas, algunas ocupadas por gente que encontró la oportunidad de hacerlo. Una de ellas, a mitad de cuadra, revestía características especiales. Era una casa de dos plantas, con amplios ventanales con capiteles en forma de arco; tenía una puerta de dos hojas una fija con reja en forma de arabescos unidos, detrás un vidrio que ocupaba casi toda la hoja de la puerta; la otra, era de madera maciza con un gran picaporte labrado. Más arriba colgaba un llamador con forma de puño con las mismas características.

Todas las noches, salían juntos de las clases, la presencia de Marcos le daba tranquilidad a la vuelta. La noche se poblaba de ruidos, algunos que salían de los bodegones pasados de alcohol, caminaban tambaleantes emitiendo procacidades. Cuando llegaban a la plaza que estaba frente al mercado, se tiraban a dormir en los bancos esperando la llegada de los primeros camiones para la descarga de los mismos y así ganar su sustento diario.

Analía, se sentía protegida por Marcos. Siempre que pasaban por delante de la casa con arcadas ella preguntaba – ¿viste eso en la puerta?

–¿Qué?, respondía Marcos–

–La luz dentro de la casa y la sombra en la puerta–, insistía Analía.

–En esta casa no vive nadie hace años, afirmó él. debió parecerte que era así–

Siguieron caminando tomados de la mano hasta la parada del colectivo, Marcos siempre la acompañaba hasta su casa.

Las noches siguientes, Analía no dijo nada al pasar frente a la casa.

-Ves le decía Marcos, no hay nada de lo que ves–

–Ella afirmó enojada, ¡se lo que vi! –

—Marcos le prometió que la próxima vez que ella lo viera, se detendrían para ver desde la puerta de vidrio-.

Una noche, la luna estaba en una posición en la que iluminaba la cuadra, en especial incidía sobre la puerta de la casa. Al salir de la escuela Analía observó la sombra reflejada en la puerta, no había una persona que la reflejara.

-Marcos no me vas a decir que no ves la luz que atraviesa la cortina de la puerta de vidrio-, dijo ella-.

Marcos le respondió- vamos acercarnos a ver la puerta de vidrio-. Se acercaron los dos. La imagen de la sombra permanecía inmóvil, mientras observaban a través de un espacio que dejaba una retracción en la cortina. Se veía la cabeza de un niño de espaldas a la puerta sentado en una silla mirando un viejo televisor, con un vaso con leche sobre una mesita a su lado.

Se escuchaban ruidos en la casa. Optaron por irse. Un vecino, al ver la presencia de los dos jóvenes fisgoneando en la casa, llamó a la policía pensando que podrían ser delincuentes. Los trasladaron a la comisaría más cercana y los interrogaron. Ellos les explicaron varias veces que eran estudiantes de la escuela de artes, sabían que la casa no estaba habitada y les llamó la atención una sombra en la puerta de madera y la luz que provenía del interior. Se acercaron a ver (contaron lo que vieron y oyeron). – Después llegaron ustedes-, comentaron a los policías. La policía llamó a la escuela y constató que eran alumnos de allí. Los dejaron ir, no sin antes

decirles que tengan cuidado de noche, ya que esa zona era peligrosa.

El lunes volvieron a la escuela y sus compañeros preguntaron que les había ocurrido. Contaron lo sucedido, aunque no lo querían creen, pero se llegaba hasta el lugar para ver…

A los pocos días, con la luna en lo alto volvieron a ver la sombra de pie en la puerta.

Varios compañeros estaban con ellos, observaron lo mismo. En ese momento,

se acercó un vecino y dirigiéndose a ellos preguntó -están intrigados, ¿no es cierto?-

-Marcos afirmó por todos–

-Les voy a contar, en esta casa vivía un matrimonio con un hijo que se marchó siendo joven. Años después, ellos tuvieron otro niño que sufría problemas respiratorios. Luego de consultar a varios médicos, le aconsejan llevarlo a Córdoba, donde el aire era más puro. La mujer quedó en llevarlo con el coche a lo de su hermana en Córdoba y volver en una semana. Pasados los días el salía y se paraba en la puerta recostado sobre la puerta de madera. Una de esas noches mientras esperaba, se acercó un hombre con un cuchillo para robarle. El arma quedó clavada en el cuerpo y fue tal fuerza ejercida que se clavó fuertemente en la puerta. El agresor huyó rápidamente sin poder llevar su cuchillo. El vecino les contó que él mismo había realizado la denuncia. 

Cuando llegó la policía lo encontró muerto de pie con el arma profundamente clavada y la mano derecha aferrada fuertemente al picaporte, lo que hizo que el cuerpo no cayera al piso. 

Los especialistas hicieron el dibujo en la puerta en la posición que estaba, luego de sacar el cuchillo y colocar el cuerpo en la camilla, había quedado la sangre del mismo dibujando su silueta en la puerta.

El hijo mayor regresó y le encargó a una señora que limpiara la mancha y se encargara de cuidar y limpiar la casa una vez por semana. El líquido que utilizó para limpiar la sangre dejó una mancha oscura en la puerta que, de acuerdo a la luz de luna, provoca una imagen que la llamaron la sombra del muerto.

Tiempo después descubrieron que el asesino había sido un changarín ebrio, lo delataron las huellas del cuchillo.

La esposa y su hijo menor decidieron quedarse en Córdoba, era mucho mejor el espacio que ocupaban los recuerdos felices, que el llanto terrenal.

 Marcos, Analía y el grupo, ya no se detendrían con asombro, sí con tristeza.