Noches compartidas

Transcurría la década del setenta, un grupo de estudiantes de diferentes

Universidades se reunía en el bar La Perla de Once, muy concurrido por cantantes, militantes políticos, gente de paso.

Ocupaban las mesas, siempre al fondo a la izquierda, sobre la calle Jujuy. El ambiente tenía días de discusiones muy acaloradas entre los militantes. Los cantantes también. Razón de que algunos decidieron buscar otro lugar.

Recayeron en el bar Garibaldi, situado sobre Rivadavia, entre Pichincha y Matheu. 

Al lado, en un subsuelo, funcionaba un night club. En la cuadra anterior, Hipólito Yrigoyen, estaba el mercado de Spinetto. Una de sus funciones era mayorista de flores, lo que impregnaba al barrio de los más diversos perfumes.

La distancia desde el bar hasta Plaza Once, era la misma que hasta el Congreso, cuatro cuadras. El local tenía paredes revestidas con madera tipo jarbo color marrón caoba con una particularidad, desde el metro y medio había una franja de espejo de medio metro que cubría todas las paredes.

Desde la entrada hasta la mitad del salón estaban las mesas. El color era igual al de las paredes, pero gastadas, rayadas, con manchas propias del uso. Las sillas también de madera, tenían el respaldo curvo.

En la mitad del salón había dos columnas, la misma. Luego, el mostrador dispuesto en forma lateral. Al frente de este había mesas de billar, de casino, al fondo mesas donde jugaban dominó y sus variantes. Esta parte del bar se llenaba con los habitués a estos juegos, descubrieron que no era solo por diversión, se apostaba dinero. Era común ver algún desconocido, con la intención de llevarse dinero y prestigio ganando al jugador local. No logrado su objetivo, comenzaba con insultos y terminaba tomándose a golpes en la calle.

Los estudiantes se ubicaban en mesas alejadas de la entrada. El grupo se formaba en una mesa por el turco y el negro; en otra, el tano; atrás, el duque, el gayta, Isabel, Virginia y el gordo. Con el tiempo fueron llegando más estudiantes, prácticamente ocupaban la mitad de las mesas. Llegaban a horas diferentes, de acuerdo a su horario de trabajo o cursada. En gordo, trataba de dejar el taxi con el que trabajaba, en la misma cuadra. 

El turco, el negro, el tano, Isabel y el gordo, estudiaban medicina. El duque (llamado así porque a sus 44 años vivía de sus padres que tenían panadería), estudiaba abogacía al igual que el gayta. Virginia estudiaba psicología. De los que se incorporaron algunos eran de La Perla, los demás se fueron conociendo.

Era la época de la victoria del tío Cámpora. El movimiento y las FAL pedían la liberación de los presos políticos, se preparaba la vuelta de Perón. Las manifestaciones políticas invadían los centros de estudio, el clima de la calle estaba

encendido por la marcha del pueblo. Desde el ventanal frente a la mesa donde el gordo estudiaba, la noche mostraba movimientos de gente en los que se veía más alegría. La vuelta de Perón género hechos inusitados; el patrón junto con el empleado, en el mismo coche, vitoreando la vuelta. Lo mismo las corporaciones.

El trabajo con el taxi al gordo, (con el que contaba todo el día, de acuerdo a un arreglo económico de recaudación con el dueño) le permitía ver realidades en diferentes lugares y horas. Protestas a favor y en contra de los pasajeros por esa actualidad. Una de las formas que le permitía aumentar la recaudación, era que las chicas que trabajaban en el night club de al lado sabían que contaban con un taxi, sin movilizarse demasiado con su cliente para evitar ser vistas por la policía cuando se trasladaban a un hotel alojamiento determinado. Al llegar, siempre recibía una propina del cliente. El conserje del hotel le daba tarjetas con descuento que les entregaba a los futuros clientes quienes, dado el descuento, elevaban su propina.

 Algunos se convirtieron en clientes fijos. El trabajo le daba bastante libertad para cursar materias. El costo, no descansar lo suficiente.

Una noche mientras el gordo conversaba con el duque, este le contó -que hace un año que le faltaban cuatro materias para recibirse-

– ¿Por qué estás dilatando el tiempo para darlas? -, respondió el gordo

-Tengo temor de reprobar, de fracasar, de fallarle a mis viejos-.

-Redoblá el esfuerzo, no intentar es fracasar-

-Te agradezco, pensar que casi te doblo la edad y vos me ayudas a mí-.

Los que formaban el grupo, trataban de darse apoyo en las penas y disfrutar las

alegrías. El turco y el negro se sentaban juntos, la queja permanente era que no les alcanzaba la mensualidad que le daban sus viejos. El tano trabaja de masajista. Isabel nunca lo dijo, ni le preguntamos. El gayta atendía un puesto de café y helados en la estación Constitución y Virginia era secretaria. Los que estudiaban medicina estaban con algunas materias de diferencia. El novio de Isabel venía a buscarla frecuentemente, a veces se quedaba charlando un rato con el grupo.

Durante una semana, no vieron a Isabel. Una noche vino el novio. El gordo le dijo – hace unos días que no viene-. El novio de Isabel bajó la cabeza y dijo … -falleció-.

– ¡Ehh! ¿Cómo, cuándo, qué paso? -. exclamaron los del grupo.  A lo que respondió, 

-fue derrame cerebral, la internaron, pero nada pudo hacerse-.

Todos lo abrazaron. Los golpeó bastante la pérdida, el ver la mesa donde se sentaba sin ella o sentado un desconocido. Les llevó tiempo superar la perdida. Las noches compartidas no serían lo mismo.

Los estudiantes que habían venido posteriormente eran más avanzados en sus carreras, algunos se recibían, hacían un festejo, luego venían algunas veces a charlar. El día que se recibió el gayta, invito a todos a un asado en su casa en Ituzaingó.

Era una casa con un gran jardín. Entre amigos y familiares serían cerca de cincuenta. La noche transcurría, entre asado y baile. En un momento, el dueño de casa sacó una mesa de ruleta y cartas. La fiesta seguía al amanecer. Entre todos colaboraron para comprar fideos para el almuerzo y empanadas para la cena. La fiesta se prolongó por tres días (parecido a las bodas del Cid). El lunes el bar estaba medio desierto, huellas del festejo, recuperación de fuerzas.

Con el renunciamiento de Cámpora, las elecciones con la fórmula Perón-Perón se iniciaba una nueva página de la historia. El pronunciamiento de imberbes a fracciones de jóvenes y militantes con un nuevo empuje provocó un quiebre que vació la mitad de la Plaza de Mayo. Quedaban viejos militantes y sindicalistas que junto con López Rega, armaron un entorno de malas influencias al Presidente. La muerte de Perón fue parte detonante de lo que vendría con el gobierno de su esposa, quien improvisó, de acuerdo a opiniones de los demás. 

Fue así que empresarios y corporaciones golpearon la puerta de los cuarteles para que se iniciara la más oscura noche para la Argentina. Los militares comenzaron con la represión, el pueblo con la resistencia pasiva y activa. Los allanamientos y las desapariciones, se sucedían de forma habitual.

Muchas noches entraban policías en grupo al bar, colocaban a los ocupantes contra las paredes y revisaban documentos. Si alguno se movía, era golpeado en las piernas 

con los bastones. También repetían los nombres en voz alta y se llevaban alguno para averiguar sus antecedentes. Era la forma de amedrentar, sembrar temor. 

Algunos no volvieron, después se supo que preferían quedarse en sus casas. El turco, el negro y el gordo se cruzaban en la facultad. El gordo había avanzado varias materias más que ellos. Virginia ya era psicóloga. El gordo y el tano eran los únicos del grupo original. El duque avanzó, le quedaba una materia.

La presencia de grupos policiales vestidos de civil se hacía frecuente, los sometían a cacheos y aprietes verbales.

Un viernes el dueño del taxi –  le dijo al gordo que necesitaba más recaudación, que tenía dos choferes para trabajar-. Fue un fin de semana amargo, quedar sin trabajo.

Buscó empleo en las páginas de los periódicos, lo atrajo un aviso solicitando un técnico en preparación de histopatología (curso que había realizado, cuando preparaba el ingreso a la facultad). Se presentó, logró obtener trabajo nuevamente y arreglar el horario que sería mitad durante la semana, el resto los domingos. 

Su hermano le prestó un departamento que no alquilaba. Para empezar esta etapa consiguió un diván cama, una mesa, dos sillas, un velador, una cacerola todo uso, dos platos, dos tenedores y cuchillos y una cuchara. El sueldo, una vez pagadas las cuentas, le dejaba poco margen. Durante el día comía en el comedor del hospital donde trabajaba. En la noche, un plato de caldo en cubitos, con galletitas.

Luego de un tiempo, volvió al bar, había cambiado. La entrada con puertas blindex, las mesas y sillas, los revestimientos. El único conocido que estaba era el duque. Se acercó hasta la mesa, -qué hacés duque, tiempo que no nos vemos-.

-Me recibí, al fin le di la alegría a los viejos-

– ¿Qué andas haciendo por acá? -.

-Tengo la noche pegada y vengó por reminiscencias, a pesar de tantos lugares vacíos. El bar Garibaldi no era el mismo

Con la cabeza baja se despidió. Regresó hacia el departamento a estudiar, ahora las noches serían solitarias.