Una noche de carnaval en los barrios de Bañado de Flores, Boedo y Parque patricios, los fantasmas que habían vivido esas fiestas regresaron a festejar nuevamente. Se unieron viejos adversarios de San Lorenzo y Huracán para rememorar aquellos carnavales, las rivalidades fueron dejadas de lado. Los fantasmas resolvieron, como lo habían hecho antes, volver a ser atrapados por el barrio y disfrutar desde el sobrevuelo de las casas, del crecimiento y los juegos de sus hijos y nietos, también atrapados en la pertenencia al barrio. Volvieron para disfrutar de hacer un baile en el club Riestra, otro en el viejo gasómetro de Avenida La Plata, invitando a sus viejos adversarios a compartir los bailes del azulgrana.
Se juntaron para organizar los bailes los fantasmas de los Neira, Mangini, Mercado, Pagano,
Raimundo, Karach, Gamillo, Middonno, Gesualdi, Knorre, D’Addario, Adanero, Don Juan el panadero, Don Manuel el kiosquero de cinco esquinas, el dueño de la farmacia de la calle Cobo, los de la mercería de Arquímedes y Cobo, el de ferretería, Miguelito el pizzero, el tano de la barbería.
Un viernes de febrero a la noche el club Riestra, que llevaba el nombre de la calle en la intersección con Del Bañado comenzó a llenarse con los habitantes de aquellos tiempos. Empezó a sonar la orquesta de D’Arienzo, el canto del ruiseñor del tango puso a las parejas a bailar y sacarle viruta al piso. Estuvieron De Angelis, Di Sarli. Cantó Floreal (el tata) Ruiz, Julio Sosa (el varón del tango).
La noche transcurría, se apagaron las luces. Dos sonidos de bandoneón, dejaban volar sus acordes.
La vuelta de la luz encontró al gordo Pichuco y a Piazzolla con sus bandoneones. Luego, con la sala en silencio, sonó Adiós Nonino a cuatro manos. Más tarde, llegó el cambio de ritmo y con él, la algarabía, el baile, la alegría, las serpentinas y el papel picado. Sobre el escenario rompieron el aire con sus acordes Sandro y Los Fuego. Con el Rock de la Prisión, el carnaval fue tomando su forma hasta que la policía irrumpió en el club por un llamado de los vecinos quejándose. Al entrar, notaron que el lugar estaba limpio y vacío. Entonces, invitaron a esos vecinos a ver con sus ojos que dentro no había nadie. Decidieron disculparse con la policía y se retiraron. Los fantasmas seguían sobrevolando el club.
Solo unos pocos quedaron en la puerta de sus casas; los soñadores, que al levantar la mirada al cielo vieron a los fantasmas sobrevolando, algunos se atrevieron a decir gracias por venir sigan disfrutando. Luego se fueron a dormir con una sonrisa de niño en la cara.
El sábado, volaban por Cobo y al llegar a la Butteler, vieron un grupo grande con remeras de Huracán rodeando a uno con la remera azulgrana. Bajaron rápidamente a defender la afrenta de invadir su santuario.
Uno de ellos tomó la palabra, — no vinimos a buscar pelea, si a hacer preguntas y que nos explique: ¿cómo hace para amagar por derecha y salir por la izquierda, dejando al adversario pagando solo en el medio la cancha? ¿cómo se desmarca?
–el pique corto, correr atrás, a ayudar si hacía falta — respondió Isidro D’Addario
La barra de San Lorenzo contó siempre lo veían al salir el sol tomando una botella de leche. Cuando la altura del sol proyectaba su sombra en la pared, él entrenaba contra ella hasta que un día logró engañarla, le pasó la pelota de costado y le hizo un gol.
— Muchachos, somos adversarios, no enemigos, ¿quieren venir con nosotros al baile de carnaval que organizamos en el viejo gasómetro?– Les dijo Neira
Hacia allí confluyeron todos: Bañado de Flores, Boedo y Parque Patricios. El gasómetro estaba como lo querían ellos, con cuatro pistas de baile: Típica, Tango, Foxtrot y Rock. Se tomaba Bidu, Gini, Crush, Quilmes, Imperial tres cuartos con un platito de maní, papas fritas y algunas aceitunas.
En las pistas revivió el viejo cabeceo invitando al baile. Se jugaba con espuma, papel picado, serpentinas de papel. Los disfraces tenían la calidez de haber sido hechos con papel barrilete por las manos de las madres. En lo mejor del baile, el carnaval carioca, los gritos y vivas fueron frenados por la presencia de la policía. Otra vez los vecinos quejándose de no poder dormir por la música y la algarabía.
Al llegar, lo único que vieron fue a los vecinos quejándose sobre el ruido. Enfrente de ellos había una playa de estacionamiento vacía y un gran hipermercado.
Los vecinos se disculparon por haberlos molestado y luego entraron a sus casas. Los soñadores se quedaron mirando hacia arriba, veían a los fantasmas volando y riéndose de sus tropelías.
Los soñadores saludaban y les decían –¡vuelvan!, ustedes siempre serán del barrio porque él los atrapó y porque nosotros somos los soñadores que siempre pensamos en ustedes–.
–¡Nunca nos fuimos! — Exclamaron los fantasmas.
— Volamos el barrio siempre para observar a los nuestros, como crecen y se aquerencian, mantienen una amistad desde hace sesenta años y se siguen juntando a disfrutar como cuando eran pibes–, agregó otro de los fantasmas.
Uno de los fantasmas bajó y le dio la botella de bidu que tomaba.
–Chau soñador, me apuro porque se van los muchachos a seguir el carnaval al corso de Boedo– Le dije el fantasma y se fue volando.